martes, febrero 19, 2013



"LA TELARAÑA QUE ELIADES TEJIÓ EN LA HISTORIA DE TRUJILLO"
Con ese título el Dr. Darío L. Machado Rodríguez nos presenta una interesante reseña  sobre el libro "La telaraña cubana de Trujillo" cuyos dos tomos son el resultado de la investigación que por más de dos años viene realizando el Dr. Eliades Acosta Matos en República Dominicana



LA TELARAÑA QUE ELIADES TEJIÓ EN LA HISTORIA DE TRUJILLO
(A propósito de “La telaraña cubana de Trujillo”)
Rafael Leonidas Trujillo, ese engendro tropical que logró construir un pequeño pero belicoso imperio, aplastó a sangre y fuego a sus adversarios y críticos y se adueñó por largos años de prácticamente todo el patrimonio nacional de República Dominicana, y experimentó en su torcida personalidad la fantasía superior de la propiedad privada: tenerlo todo.
.“Chapitas” se le decía en criollo. Amante del oropel y del halago, aquejado de grandeza hasta lo grotesco, incapaz de darse cuenta del ridículo, él mismo con alma de plebeyo europeo en un país indolatinoafricano y caribeño.
Es sabido que el poder puede enfermar a quien lo detenta por mucho tiempo. La lectura de esta historia hace pensar que Trujillo llegó a creerse escogido por el destino para ejercerlo sin límites por natural derecho. Si bien influyó en él la legión de cortesanos chicharrones que malcriaron hasta el infinito su descomunal ego, no se la podría culpar por su patológica condición. Él se creía merecedor de realizar cualquier capricho, de imponer su voluntad sin respetar vidas ni haciendas.
Sobre Trujillo mucho se ha escrito. Textos de diferentes ideologías y calidades literarias han visto la luz. Algunos ridículamente panfletarios, sobre todo los escritos en vida del dictador y con la generosa retribución pecuniaria que prodigaba a quienes endulzaban su figura hasta el empacho; otros procurando la objetividad y algunos combativos y demoledores, sangrando por la profunda herida que su criminal ejercicio absoluto del poder abría en el corazón del pueblo dominicano.
Sin embargo, ninguno con el contenido y las revelaciones de “La telaraña cubana de Trujillo”, que escudriñan mucho más allá de los documentos consultados y los hace cobrar vida en el entramado analítico en que los inserta la pupila escrutadora de Eliades Acosta Matos, para develar una realidad hasta este libro oculta: la de la ingente influencia del dictador dominicano en los acontecimientos en Cuba, que comenzó con la dictadura de Gerardo Machado y continuó con la de Fulgencio Batista, para ser al fin abruptamente frenada por el triunfo de la revolución de enero de 1959.
Si bien esta obra es militante y comprometida, es también ponderada y rigurosa. Junto con la denuncia de sus más oscuras y tenebrosas características, Eliades apunta cualidades dignas de mejores empeños, tales como la capacidad de Trujillo para adelantarse a los acontecimientos y la de tener en cuenta todos los detalles por sencillos o triviales que pareciesen.
La “Telaraña Cubana de Trujillo” entra en el mundo de los textos de la mano maestra de Eliades Acosta Matos, historiador, filósofo, intelectual orgánico de la batalla de ideas, cubano indiscutible e internacionalista por definición, para ofrecernos una nueva mirada a la historia común de nuestros pueblos en la que nada importante escapa a su rigor analítico.


Con lenguaje afilado y mordaz, Eliades dibuja las enrevesadas y perversas personalidades que colaboraron con mercantil genuflexión en los oscuros planes de Trujillo en Cuba, como el dominicano Bazil, el “insumergible”, paradigma de quien pone el talento al servicio del poder, de pluma inmoral y bonvivant obsceno. O los cubanos que ostentaron la condición de asalariados de Trujillo. Periodistas y escritores que se escudaron tras la literatura para vender su mercancía elogiosa a cambio de la paga mercenaria. Destaca entre ellos Gastón Baquero, cuyos pagarés  trujillistas demuestran su calaña mezquina, a la vez que explican mejor la fibra reaccionaria, su colaboración con la dictadura batistiana. el apoyo de Franco en España y su comportamiento posterior a 1959.
En su ponderada valoración de estas personalidades, Eliades no recarga ni adelgaza las características que describe, pero tampoco le falta la fina ironía o el epíteto sarcástico cuando de no emplearlos quedaría un vacío notable en su relato.  Su exhaustiva investigación permitió reconstruir muchos matices de los comportamientos humanos, desde un cutre refinamiento impostado hasta la más cruda y abierta complicidad.
Trujillo empleó hábilmente las armas del dinero. Sabía elegir a sus víctimas y casi nunca se equivocó al escogerlas. Pero también los cuervos acudían afanosamente al festín y se ofrecían diligentemente a cambio de la habitualmente generosa compensación pecuniaria del “Benefactor” que no escatimaba precio en la compra de elogios. El poderoso caballero lograba el milagro de convertir furibundos detractores en obsequiosos aduladores. Su narcisismo comenzó tempranamente, como evidencia la historia que cuenta Eliades al cierre del primer tomo sobre el carnaval de 1937 en el que Trujillo apareció figurando como Napoleón. Quizá en ese baile llegó hasta sentir dolor en la boca del estómago.
Entre todas las personalidades  a que hace referencia Eliades destaca la de Joaquín Balaguer, quien hiciera un pernicioso daño cultural al pueblo dominicano al profundizar el clientelismo y la corrupción escurriendo siempre el bulto con la misma ladina habilidad con la que estuvo al servicio diligente, obediente y total del tirano y luego logró gobernar por dos largos períodos.
El fenómeno de Balaguer, astuto villano político, merece tejer la historia de otra telaraña “La telaraña de Balaguer en República Dominicana” armada con el tráfico de influencias, la corrupción gubernamental y la eliminación más o menos solapada de sus adversarios y empleando los hilos del clientelismo y las prácticas mafiosas.
 Sigue siendo para mi un enigma sin cumplida respuesta cómo ha sido posible que alguien tan cercano al tirano, anticomunista convicto y confeso, cuyos méritos dentro del Trujillato lo sindicaron inevitablemente como cómplice de sus crímenes, capaz de minimizar la matanza de 15 000 haitianos hasta reducirla como descubre Eliades en su libro a “pequeños incidentes en la frontera norte”, haya podido flotar en la Quisqueya postrujillista y gobernar tanto tiempo el país.
He pensado en las raíces caudillistas de nuestras culturas latinoamericanas y caribeñas, en el inveterado clientelismo, en el conservadurismo, en la propia astucia del personaje, pero no logro armar una respuesta que me explique la aceptación y hasta reconocimiento, no solo de sus correligionarios, de sus “compatriotas”, sino esa que permite que hoy en la Plaza Bolívar lo hayan puesto a figurar junto con el Libertador, el Che y otros merecedores de estar en tan significativo y emblemático lugar.
El centro del análisis histórico de esta obra es la revelación de los intereses y actividades de Trujillo en Cuba. Comenzaron en época de Machado y continuaron con Batista antes, durante y después de su dictadura. Su acometida en Cuba y en el Gran Caribe estaba vinculada a su visión acerca de lo imperecedero de su poder. La telaraña procuraba presas de todo tipo, aquellas que podían rendirle dividendos económicos, políticos y diplomáticos, las que acechaba para hacerlas desaparecer físicamente, también las que tenían que ver con su imagen pública. Pero los negocios y la eliminación de sus adversarios eran especialmente el centro de atención del sátrapa dominicano.
Trujillo armaba su telaraña sujetándola de diversos extremos: los negocios, la política, las relaciones personales, el soborno, el espionaje y muy particularmente la manipulación de los medios de comunicación. Le interesaban no solo para que reprodujeran positivamente su imagen, para verse elogiado y aplaudido, sino también porque era consciente de la importancia de mantener una imagen de aceptación de su gobierno, de la situación en República Dominicana y para atacar a sus opositores.
Su visión geopolítica buscaba crear una suerte de entente cordiale de dictadores y regímenes autoritarios en la región para garantizar con ello su propia continuidad con iniciativas que estaban siempre reguladas por la presencia tutelar del imperialismo norteamericano. Tal es la causa del apoyo de Trujillo a lo planes de Batista y del Gobierno de EUU de dar un golpe de Estado contra el entonces presidente Carlos Prío, en los que jugó un papel la ciudad de Miami que parece destinada a servir de lugar para conspirar contra el pueblo cubano. Batista no buscaba tanto desplazar al gobierno auténtico, como sí evitar uno ortodoxo.
Pero aquellas no eran relaciones cordiales, la cordialidad entre los dictadores es apenas un barniz para el público. El recelo inveterado de Trujillo, su visceral desconfianza que no conocía lealtad alguna y de la que no escapaban siquiera sus socios norteamericanos, empañaban cualquier cordialidad. Es difícil imaginar cómo alguien puede vivir con tantos hilos atados a las muchas marionetas y escenarios manejados para acrecer insaciablemente su tesoro personal y su infinito ego.
Del lado cubano, Batista y su aparato de poder eran conscientes de la febril actividad de espionaje que Trujillo mantenía en Cuba y si bien eran socios en los negocios, las artimañas políticas y la represión a sus opositores, había tensiones generadas por los mismos espacios en los que colaboraban. Estas llegaron a ser graves en un momento en que la tiranía batistiana, jaqueada por las luchas populares en su contra, percibió la amenaza de ser atacada por su socio dominicano.
Sin embargo, las diferencias entre los dictadores quedaron zanjadas en 1956. La mutua desconfianza que había llegado al arrebato de una posible invasión a Cuba por el ejército dominicano cedió paso a los sacrosantos intereses. Ambos tenían muchos más motivos para su mafiosa colaboración que para pelearse. Eliades lo dice: los mismos propósitos, los mismos enemigos y los mismos aliados.
A lo largo de la lectura se puede ver cómo la telaraña se renovaba y sobre todo crecía abarcando diferentes niveles de la sociedad cubana, pero tejiéndola también en otros países como México, Nicaragua y Venezuela, aunque Cuba era su preocupación principal. Quizá era consciente de la fuerza afianzada en la historia que tenía la fraternidad entre ambos pueblos y de ahí su pesadilla. Sabía que los cubanos no serían indiferentes ante la tragedia que vivían los hermanos dominicanos. Pero la paranoia de Trujillo y su megalomanía trascendían los vínculos con Cuba para extenderse al Gran Caribe y llegar al punto de fraguar y ejecutar un atentado en Caracas al presidente venezolano Rómulo Betancourt, quien salió herido en el lance, hecho que Eliades señala como uno de los excesos trujillistas que le rebotó negativamente presagiando el fin de “la era”.
Este libro también nos habla de cómo nuestros pueblos han sabido mantener los lazos más duraderos, esos que anudan el honor, el espíritu independentista y los sentimientos patrióticos e internacionalistas, en medio de la maleza de negocios turbios, bajas pasiones, empalagosos elogios mutuos y oportunismos de toda laya, fertilizados por las desmedidas ambiciones de ambos dictadores; lazos que encarnaron emblemáticamente en la amistad de Juan Bosch y Fidel Castro, surgida en los entrenamientos en Cayo Confites.
Con la revolución cubana de 1959 se le acabaron a Trujillo los negocios en Cuba. Su telaraña fue eliminada. Sus ambiciones lucrativas quedaron sin contrapartida, pero no terminaron su militante anticomunismo y su inmoderada soberbia, que le llevaron al sonado ridículo de la malograda expedición contrarrevolucionaria fraguada con el apoyo de la CIA, y sorpresivamente frustrada en la localidad cubana de Trinidad. Cuál sería la cara del sátrapa dominicano al enterarse que todas las noticias sobre los éxitos de la contrarrevolución en el Escambray no fueron otra cosa que un hábil montaje de la seguridad cubana que aprovechó singularmente su principal debilidad: la soberbia, esa que le hizo creer que en Trinidad se gritaba con entusiasmo ¡Viva Trujillo!, para después quedar de una pieza al enterarse que fue ocupado el avión con los mercenarios y las armas que había enviado para apoyar la contrarrevolución. Ocurrió el 13 de agosto de 1959, el día del cumpleaños de Fidel Castro que supervisaba la operación a poca distancia del aeropuerto.
Es que la historia iba por otro camino. El pueblo dominicano, harto de una dictadura despótica y sanguinaria capaz de un crimen como el del asesinato de las hermanas Mirabal y su chofer, se organizó en un movimiento cuya emergencia estuvo fertilizada por el ejemplo que dio en la región la derrota del tirano Batista. La inicua represión de Trujillo y sus secuaces contra el pueblo dominicano era la prueba mayor de su debilidad y cercano ocaso.
Los dos tomos de esta ya ineludible obra histórica y política, no hablan solamente del tejido tenebroso que un tirano soberbio trenzó para su ego con los recursos que arrancaba al sudor de su pueblo, sino que armados en el contexto geohistórico revelan muchas otras aristas que ponen a pensar al lector, lo enriquecen y conducen a innumerables reflexiones y conclusiones.
Con este trabajo Eliades Acosta ha hecho un inapreciable servicio a la historiografía dominicana y también a la cubana, un aporte a la política revolucionaria, porque ha evidenciado la calaña de la derecha rancia, la de los renegados, los traidores y los vendepatrias, cómo trabaja en la sombra el poder, cómo los tiranos no tienen amigos. La suerte de wikileak histórico que trasunta su trabajo revela las mezquindades y bajezas del trujillismo y la torcida personalidad del dictador. Y especialmente el tenebroso papel de las agencias de inteligencia norteamericanas.
Los cubanos que lean esta obra experimentarán las más diversas emociones. En sus páginas cobran vida nuevamente numerosas personalidades que hicieron hermosa y rebelde la historia patria contemporánea. Los lectores dominicanos verán un enfoque rigurosamente argumentado, profundo y novedoso de lo que dan fe las cerca de mil quinientas referencias en el libro salidas de los archivos y fuentes consultados sobre el papel de Trujillo en relación con Cuba y con todo el Gran Caribe. Pero unos y otros quedarán sumergidos en un riguroso y analítico relato escrito con singular maestría, que resignifica la historia que une a ambos pueblos.
Eliades Acosta es hoy una figura mayor de la intelectualidad caribeña y latinoamericana que ha crecido en el fragor de la batalla ideológica y política por un mundo mejor. Cada nueva entrega suya genera grandes expectativas y reúne la atenta mirada de muchos lectores. A su profusa obra escrita en la que destacan textos como “El Apocalipsis según San George” e “Imperialismo del siglo XXI: las guerras culturales” se une ahora “La telaraña de Trujillo en Cuba” donde pueden adivinarse por los que la conozcan las múltiples conexiones entre las finalidades y métodos del dictador dominicano y los que Eliades ha relatado en sus análisis del imperialismo norteamericano, y en particular la revelación de formas pioneras de lo que hoy conocemos como guerras culturales.
Muchos son los desafíos al pensamiento que provoca este libro. Dominicanos y cubanos debemos agradecer a Eliades Acosta por esta faena intelectual, que pudo hacerse gracias ante todo al compromiso y sensibilidad del autor y que requirió primero de una extensa revisión de cientos de miles de documentos en archivos dominicanos y cubanos, así como documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos e información de otras fuentes  para extraer, ordenar y analizar aquello que tenían relación con su proyecto y finalmente reconstruir lo que denominó y da título a su libro: la telaraña de Trujillo en Cuba.

Darío L. Machado Rodríguez
La Habana, 17 de Febrero de 2013                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

No hay comentarios: