"LA
TELARAÑA QUE ELIADES TEJIÓ EN LA HISTORIA DE TRUJILLO"
Con ese título el Dr. Darío L. Machado Rodríguez nos presenta una interesante reseña sobre el libro "La telaraña cubana de Trujillo" cuyos dos tomos son el resultado de la investigación que por más de dos años viene realizando el Dr. Eliades Acosta Matos en República Dominicana
LA
TELARAÑA QUE ELIADES TEJIÓ EN LA HISTORIA DE TRUJILLO
(A propósito de “La telaraña cubana de Trujillo”)
Rafael
Leonidas Trujillo, ese engendro tropical que logró construir un pequeño pero
belicoso imperio, aplastó a sangre y fuego a sus adversarios y críticos y se
adueñó por largos años de prácticamente todo el patrimonio nacional de
República Dominicana, y experimentó en su torcida personalidad la fantasía
superior de la propiedad privada: tenerlo todo.
.“Chapitas”
se le decía en criollo. Amante del oropel y del halago, aquejado de grandeza
hasta lo grotesco, incapaz de darse cuenta del ridículo, él mismo con alma de
plebeyo europeo en un país indolatinoafricano y caribeño.
Es sabido
que el poder puede enfermar a quien lo detenta por mucho tiempo. La lectura de
esta historia hace pensar que Trujillo llegó a creerse escogido por el destino
para ejercerlo sin límites por natural derecho. Si bien influyó en él la legión
de cortesanos chicharrones que malcriaron hasta el infinito su descomunal ego,
no se la podría culpar por su patológica condición. Él se creía merecedor de
realizar cualquier capricho, de imponer su voluntad sin respetar vidas ni
haciendas.
Sobre Trujillo
mucho se ha escrito. Textos de diferentes ideologías y calidades literarias han
visto la luz. Algunos ridículamente panfletarios, sobre todo los escritos en
vida del dictador y con la generosa retribución pecuniaria que prodigaba a
quienes endulzaban su figura hasta el empacho; otros procurando la objetividad
y algunos combativos y demoledores, sangrando por la profunda herida que su
criminal ejercicio absoluto del poder abría en el corazón del pueblo
dominicano.
Sin
embargo, ninguno con el contenido y las revelaciones de “La telaraña cubana de
Trujillo”, que escudriñan mucho más allá de los documentos consultados y los
hace cobrar vida en el entramado analítico en que los inserta la pupila
escrutadora de Eliades Acosta Matos, para develar una realidad hasta este libro
oculta: la de la ingente influencia del dictador dominicano en los acontecimientos
en Cuba, que comenzó con la dictadura de Gerardo Machado y continuó con la de
Fulgencio Batista, para ser al fin abruptamente frenada por el triunfo de la
revolución de enero de 1959.
Si bien
esta obra es militante y comprometida, es también ponderada y rigurosa. Junto
con la denuncia de sus más oscuras y tenebrosas características, Eliades apunta
cualidades dignas de mejores empeños, tales como la capacidad de Trujillo para
adelantarse a los acontecimientos y la de tener en cuenta todos los detalles
por sencillos o triviales que pareciesen.
La
“Telaraña Cubana de Trujillo” entra en el mundo de los textos de la mano
maestra de Eliades Acosta Matos, historiador, filósofo, intelectual orgánico de
la batalla de ideas, cubano indiscutible e internacionalista por definición, para
ofrecernos una nueva mirada a la historia común de nuestros pueblos en la que
nada importante escapa a su rigor analítico.
Con
lenguaje afilado y mordaz, Eliades dibuja las enrevesadas y perversas
personalidades que colaboraron con mercantil genuflexión en los oscuros planes
de Trujillo en Cuba, como el dominicano Bazil, el “insumergible”, paradigma de
quien pone el talento al servicio del poder, de pluma inmoral y bonvivant
obsceno. O los cubanos que ostentaron la condición de asalariados de Trujillo.
Periodistas y escritores que se escudaron tras la literatura para vender su
mercancía elogiosa a cambio de la paga mercenaria. Destaca entre ellos Gastón
Baquero, cuyos pagarés trujillistas demuestran
su calaña mezquina, a la vez que explican mejor la fibra reaccionaria, su
colaboración con la dictadura batistiana. el apoyo de Franco en España y su
comportamiento posterior a 1959.
En su
ponderada valoración de estas personalidades, Eliades no recarga ni adelgaza
las características que describe, pero tampoco le falta la fina ironía o el
epíteto sarcástico cuando de no emplearlos quedaría un vacío notable en su
relato. Su exhaustiva investigación
permitió reconstruir muchos matices de los comportamientos humanos, desde un
cutre refinamiento impostado hasta la más cruda y abierta complicidad.
Trujillo
empleó hábilmente las armas del dinero. Sabía elegir a sus víctimas y casi
nunca se equivocó al escogerlas. Pero también los cuervos acudían afanosamente
al festín y se ofrecían diligentemente a cambio de la habitualmente generosa
compensación pecuniaria del “Benefactor” que no escatimaba precio en la compra
de elogios. El poderoso caballero lograba el milagro de convertir furibundos
detractores en obsequiosos aduladores. Su narcisismo comenzó tempranamente,
como evidencia la historia que cuenta Eliades al cierre del primer tomo sobre
el carnaval de 1937 en el que Trujillo apareció figurando como Napoleón. Quizá
en ese baile llegó hasta sentir dolor en la boca del estómago.
Entre todas
las personalidades a que hace referencia
Eliades destaca la de Joaquín Balaguer, quien hiciera un pernicioso daño
cultural al pueblo dominicano al profundizar el clientelismo y la corrupción
escurriendo siempre el bulto con la misma ladina habilidad con la que estuvo al
servicio diligente, obediente y total del tirano y luego logró gobernar por dos
largos períodos.
El fenómeno
de Balaguer, astuto villano político, merece tejer la historia de otra telaraña
“La telaraña de Balaguer en República Dominicana” armada con el tráfico de
influencias, la corrupción gubernamental y la eliminación más o menos solapada
de sus adversarios y empleando los hilos del clientelismo y las prácticas
mafiosas.
Sigue siendo para mi un enigma
sin cumplida respuesta cómo ha sido posible que alguien tan cercano al tirano, anticomunista
convicto y confeso, cuyos méritos dentro del Trujillato lo sindicaron
inevitablemente como cómplice de sus crímenes, capaz de minimizar la matanza de
15 000 haitianos hasta reducirla como descubre Eliades en su libro a “pequeños
incidentes en la frontera norte”, haya podido flotar en la Quisqueya postrujillista
y gobernar tanto tiempo el país.
He pensado en las raíces caudillistas de nuestras culturas
latinoamericanas y caribeñas, en el inveterado clientelismo, en el conservadurismo,
en la propia astucia del personaje, pero no logro armar una respuesta que me
explique la aceptación y hasta reconocimiento, no solo de sus correligionarios,
de sus “compatriotas”, sino esa que permite que hoy en la Plaza Bolívar lo
hayan puesto a figurar junto con el Libertador, el Che y otros merecedores de
estar en tan significativo y emblemático lugar.
El centro
del análisis histórico de esta obra es la revelación de los intereses y
actividades de Trujillo en Cuba. Comenzaron en época de Machado y continuaron
con Batista antes, durante y después de su dictadura. Su acometida en Cuba y en
el Gran Caribe estaba vinculada a su visión acerca de lo imperecedero de su
poder. La telaraña procuraba presas de todo tipo, aquellas que podían rendirle
dividendos económicos, políticos y diplomáticos, las que acechaba para hacerlas
desaparecer físicamente, también las que tenían que ver con su imagen pública.
Pero los negocios y la eliminación de sus adversarios eran especialmente el
centro de atención del sátrapa dominicano.
Trujillo
armaba su telaraña sujetándola de diversos extremos: los negocios, la política,
las relaciones personales, el soborno, el espionaje y muy particularmente la
manipulación de los medios de comunicación. Le interesaban no solo para que
reprodujeran positivamente su imagen, para verse elogiado y aplaudido, sino
también porque era consciente de la importancia de mantener una imagen de
aceptación de su gobierno, de la situación en República Dominicana y para
atacar a sus opositores.
Su visión
geopolítica buscaba crear una suerte de entente
cordiale de dictadores y regímenes autoritarios en la región para
garantizar con ello su propia continuidad con iniciativas que estaban siempre
reguladas por la presencia tutelar del imperialismo norteamericano. Tal es la
causa del apoyo de Trujillo a lo planes de Batista y del Gobierno de EUU de dar
un golpe de Estado contra el entonces presidente Carlos Prío, en los que jugó
un papel la ciudad de Miami que parece destinada a servir de lugar para
conspirar contra el pueblo cubano. Batista no buscaba tanto desplazar al
gobierno auténtico, como sí evitar uno ortodoxo.
Pero aquellas
no eran relaciones cordiales, la cordialidad entre los dictadores es apenas un
barniz para el público. El recelo inveterado de Trujillo, su visceral
desconfianza que no conocía lealtad alguna y de la que no escapaban siquiera
sus socios norteamericanos, empañaban cualquier cordialidad. Es difícil
imaginar cómo alguien puede vivir con tantos hilos atados a las muchas
marionetas y escenarios manejados para acrecer insaciablemente su tesoro
personal y su infinito ego.
Del lado
cubano, Batista y su aparato de poder eran conscientes de la febril actividad
de espionaje que Trujillo mantenía en Cuba y si bien eran socios en los
negocios, las artimañas políticas y la represión a sus opositores, había
tensiones generadas por los mismos espacios en los que colaboraban. Estas
llegaron a ser graves en un momento en que la tiranía batistiana, jaqueada por
las luchas populares en su contra, percibió la amenaza de ser atacada por su
socio dominicano.
Sin
embargo, las diferencias entre los dictadores quedaron zanjadas en 1956. La
mutua desconfianza que había llegado al arrebato de una posible invasión a Cuba
por el ejército dominicano cedió paso a los sacrosantos intereses. Ambos tenían
muchos más motivos para su mafiosa colaboración que para pelearse. Eliades lo
dice: los mismos propósitos, los mismos enemigos y los mismos aliados.
A lo largo
de la lectura se puede ver cómo la telaraña se renovaba y sobre todo crecía
abarcando diferentes niveles de la sociedad cubana, pero tejiéndola también en
otros países como México, Nicaragua y Venezuela, aunque Cuba era su
preocupación principal. Quizá era consciente de la fuerza afianzada en la
historia que tenía la fraternidad entre ambos pueblos y de ahí su pesadilla.
Sabía que los cubanos no serían indiferentes ante la tragedia que vivían los
hermanos dominicanos. Pero la paranoia de Trujillo y su megalomanía trascendían
los vínculos con Cuba para extenderse al Gran Caribe y llegar al punto de fraguar
y ejecutar un atentado en Caracas al presidente venezolano Rómulo Betancourt,
quien salió herido en el lance, hecho que Eliades señala como uno de los
excesos trujillistas que le rebotó negativamente presagiando el fin de “la
era”.
Este libro
también nos habla de cómo nuestros pueblos han sabido mantener los lazos más
duraderos, esos que anudan el honor, el espíritu independentista y los
sentimientos patrióticos e internacionalistas, en medio de la maleza de
negocios turbios, bajas pasiones, empalagosos elogios mutuos y oportunismos de
toda laya, fertilizados por las desmedidas ambiciones de ambos dictadores;
lazos que encarnaron emblemáticamente en la amistad de Juan Bosch y Fidel
Castro, surgida en los entrenamientos en Cayo Confites.
Con la
revolución cubana de 1959 se le acabaron a Trujillo los negocios en Cuba. Su
telaraña fue eliminada. Sus ambiciones lucrativas quedaron sin contrapartida,
pero no terminaron su militante anticomunismo y su inmoderada soberbia, que le
llevaron al sonado ridículo de la malograda expedición contrarrevolucionaria
fraguada con el apoyo de la CIA, y sorpresivamente frustrada en la localidad
cubana de Trinidad. Cuál sería la cara del sátrapa dominicano al enterarse que
todas las noticias sobre los éxitos de la contrarrevolución en el Escambray no
fueron otra cosa que un hábil montaje de la seguridad cubana que aprovechó
singularmente su principal debilidad: la soberbia, esa que le hizo creer que en
Trinidad se gritaba con entusiasmo ¡Viva Trujillo!, para después quedar de una
pieza al enterarse que fue ocupado el avión con los mercenarios y las armas que
había enviado para apoyar la contrarrevolución. Ocurrió el 13 de agosto de
1959, el día del cumpleaños de Fidel Castro que supervisaba la operación a poca
distancia del aeropuerto.
Es que la
historia iba por otro camino. El pueblo dominicano, harto de una dictadura
despótica y sanguinaria capaz de un crimen como el del asesinato de las
hermanas Mirabal y su chofer, se organizó en un movimiento cuya emergencia
estuvo fertilizada por el ejemplo que dio en la región la derrota del tirano
Batista. La inicua represión de Trujillo y sus secuaces contra el pueblo
dominicano era la prueba mayor de su debilidad y cercano ocaso.
Los dos
tomos de esta ya ineludible obra histórica y política, no hablan solamente del
tejido tenebroso que un tirano soberbio trenzó para su ego con los recursos que
arrancaba al sudor de su pueblo, sino que armados en el contexto geohistórico
revelan muchas otras aristas que ponen a pensar al lector, lo enriquecen y
conducen a innumerables reflexiones y conclusiones.
Con este
trabajo Eliades Acosta ha hecho un inapreciable servicio a la historiografía
dominicana y también a la cubana, un aporte a la política revolucionaria,
porque ha evidenciado la calaña de la derecha rancia, la de los renegados, los
traidores y los vendepatrias, cómo trabaja en la sombra el poder, cómo los
tiranos no tienen amigos. La suerte de wikileak histórico que trasunta su trabajo
revela las mezquindades y bajezas del trujillismo y la torcida personalidad del
dictador. Y especialmente el tenebroso papel de las agencias de inteligencia
norteamericanas.
Los cubanos
que lean esta obra experimentarán las más diversas emociones. En sus páginas
cobran vida nuevamente numerosas personalidades que hicieron hermosa y rebelde
la historia patria contemporánea. Los lectores dominicanos verán un enfoque
rigurosamente argumentado, profundo y novedoso de lo que dan fe las cerca de
mil quinientas referencias en el libro salidas de los archivos y fuentes
consultados sobre el papel de Trujillo en relación con Cuba y con todo el Gran
Caribe. Pero unos y otros quedarán sumergidos en un riguroso y analítico relato
escrito con singular maestría, que resignifica la historia que une a ambos
pueblos.
Eliades
Acosta es hoy una figura mayor de la intelectualidad caribeña y latinoamericana
que ha crecido en el fragor de la batalla ideológica y política por un mundo
mejor. Cada nueva entrega suya genera grandes expectativas y reúne la atenta
mirada de muchos lectores. A su profusa obra escrita en la que destacan textos
como “El Apocalipsis según San George” e “Imperialismo del siglo XXI: las
guerras culturales” se une ahora “La telaraña de Trujillo en Cuba” donde pueden
adivinarse por los que la conozcan las múltiples conexiones entre las
finalidades y métodos del dictador dominicano y los que Eliades ha relatado en
sus análisis del imperialismo norteamericano, y en particular la revelación de
formas pioneras de lo que hoy conocemos como guerras culturales.
Muchos son
los desafíos al pensamiento que provoca este libro. Dominicanos y cubanos
debemos agradecer a Eliades Acosta por esta faena intelectual, que pudo hacerse
gracias ante todo al compromiso y sensibilidad del autor y que requirió primero
de una extensa revisión de cientos de miles de documentos en archivos
dominicanos y cubanos, así como documentos desclasificados del Departamento de
Estado de los Estados Unidos e información de otras fuentes para extraer, ordenar y analizar aquello que
tenían relación con su proyecto y finalmente reconstruir lo que denominó y da
título a su libro: la telaraña de Trujillo en Cuba.
Darío L. Machado Rodríguez
La Habana, 17 de Febrero de 2013
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